Se me parte el
alma solo de pensar que la humanidad, con el paso del tiempo, es capaz de
olvidar un conflicto que ya dura más de 5 años , con un balance humanitario
dramático, difícil de digerir en el S.XXI: más de 215.000 personas han perdido
la vida en él. Pero eso solo es una parte.
¿Y los heridos, y los refugiados, y los que han perdido a su familia, sus hogares y viven en un campo de refugiados en Líbano, Jordania, Turquía?… sin esperanza de poder volver a sus casas, con la consciencia de haber perdido todo lo que tenían y sabiendo que poco pueden hacer por recuperarlo, ya que no está en sus manos el fin del conflicto. Que por otra parte, os diré, aunque terminara hoy mismo, las secuelas que deja tras de sí, las heridas abiertas son ya imposibles de cerrar.
La muerte de un hijo es igual de dolorosa en España que en Siria o en el Cuerno de África. ¿Sabéis cuantas madres han perdido a sus hijos en este conflicto? ¿Ó cuantas hijas han perdido a sus madres? ¿Cuántas personas se han quedado sin hogar, sin un lugar en el que cobijarse y cobijar a sus hijos, hermanos, primos o sobrinos? Probablemente la mayor parte de la gente que lea esto no lo sepa. Es lo que tiene la lejanía y las cifras. Son escalofriantes, pero también son frías.
Como periodista
se que a la gente no le llegan las cifras sino los casos concretos. Y más aún
cuando se trata de un país “lejano”. Y lo meto en entrecomillado porque no está
tan lejos. Más kilómetros nos separan de EE.UU y bien que nos preocupamos de
sus problemas. Pero Siria… Siria ya es otra cosa… son árabes, musulmanes
algunos… y en Europa hay mucha Islamofobia. Bueno miento, hay mucha ignorancia.
Porque yo he
estado conviviendo mano a mano con palestinos en Gaza y Cisjordania y os
aseguro que nunca he estado más cómoda que ahí. Nadie me ha hecho el trabajo
más sencillo que ellos, más agradable. Siempre con una sonrisa, con un té que
ofrecerte a cambio de escucharles. Pero a la gente, a veces, le gusta hablar de
lo que no sabe. Por que esa es una dolencia, una enfermedad extendida en el
S.XXI: hablar de lo que no sabemos, de lo que desconocemos por completo.
Pensamos que las
redes sociales lo son todo y nos equivocamos. Nunca podrán sustituir las
vivencias propias y el conocimiento de primera mano. Por lo que desde aquí, antes
de seguir hablando del conflicto en Siria, os invito a visitar Oriente Próximo
que además de haber yihadistas del Estado Islámico también hay ciudadanos
inocentes que no entienden de armas, ni de guerras, ni de conflictos, ni de
intereses geoestratégicos… Y a los que lo único que les preocupa es vivir en
paz, que sus hijos estudien y el día de mañana puedan trabajar en lo que llevan
soñando y deseando desde pequeños.
¿Pero quien se
va a parar a pensar en ellos? ¿Para qué si nos pilla lejos el lugar, no hablan
nuestro idioma, son gente rara…? Pues os diré, que tanto que presumimos de
Globalización, de levantarnos en Madrid y acostarnos en Tokyo, de hablar una
hora con nuestra prima en Los Ángeles, una amiga en Shangai y el novio en
Australia a través de Skype. Tanto que nos codeamos de mover nuestros capitales
de un país a otro, de plantarnos en 10 horas en el Caribe a tomar el sol… ya
podíamos aprovechar todos esos avances para conocer de cerca, en primera
persona a todos esos ciudadanos del mundo que como nosotros habitan este globo
y que por suerte o por desgracia no han nacido donde lo hemos hecho otros.
Pero ahí entra
en juego otra enfermedad, otra dolencia del S.XXI que a medida que pasan los
años se agudiza (cosa que, por otra parte, me preocupa): el EGOÍSMO.
Pues bien, que
yo haya nacido en Madrid y Ahmed en Gaza es algo fortuito. Nos podía haber
tocado a cualquiera nacer allí, y entonces ibais a ver como si que nos gustaría
que “el españolito de turno” se interesara en conocernos, ver nuestra realidad
diaria, la represión, opresión a la que nos somete el ejército israelí, o las
tropas de Bassar Al Assad, o el Estado islámico que tan de moda se ha puesto en
los últimos meses.
Me gustaría no
tener que volver a oír (por boca de algún ignorante) que los ciudadanos de
Oriente Próximo, de países como Siria, Iraq, Afganistán, Pakistán se han
quedado atrasados ó no han sabido adecuarse a los tiempos actuales… porque si
no lo han hecho es porque una fuerza dominante se ha encargado de impedírselo. Una
fuerza a la que la interesa mantenerlos relegados, oprimidos con algún fin
nunca ético ni moral. En fin, que desde aquí invito a todos aquellos que hablan
con desprecio, desconocimiento, oscurantismo sobre palestinos, sirios, afganos…
a conocerlos. Estoy segura de que cambiarán su opinión, pero lo más importante,
hablarán con conocimiento de causa y con derecho a ello.
Yo por ejemplo,
desconozco el mundo de las finanzas o la economía a fondo por ello no opino.
Trato de no opinar de lo que no sé, y de querer hacerlo, antes hablo con un
experto, pero no me tomo la licencia de hacer comentarios sin conocer. Porque
no nos damos cuenta, pero muchas veces, somos creadores de opinión y conciencia
de los que nos rodean acerca de un tema concreto. Y andar uno equivocado por el
mundo pues… es decisión propia, pero andar equivocando al personal… eso ya es
mala leche. Y eso es lo que ocurre con el mundo árabe.
Después de esto
me meto de lleno en el tema al que iba, la guerra en Siria. Si si, la guerra en
Siria, el conflicto armado, el imperio del miedo que desde hace 5 años se ha
cobrado la vida de más de 215.000 Sirios pero que ha obligado a más de 5,6
millones de niños a huir y desplazarse a otros lugares ya que sus casas hace
tiempo que no existen, las bombardearon, como las de sus vecinos. Además de los
desplazados, están los 2 millones de sirios refugiados en países vecinos, en
campos de refugiados tutelados por Naciones unidas. Según estimaciones de
UNICEF, más de 10.000 niños han muerto y otros miles han quedado huérfanos.
De nuevo vuelvo
a lo mismo. Las cifras son escalofriantes pero está comprobado que también son
frías. Leemos esto y al terminar la noticia cerramos la página web y “a otra
cosa mariposa”.
Os voy a contar
una cosa que quizá os haga entender mejor el dolor que pasa una madre al ver
que su hijo crece en bombardeos, balas, disparos, metralletas, entre muertos, y
dolor.
Este verano
estaba yo trabajando en la redacción de La Sexta Noticias y me tocó hacer una
pieza para el informativo sobre como vivían los familiares palestinos en España
la masacre de Gaza. Llamé a mi madre, Mercé Rivas, también periodista para
preguntarla el teléfono de un amigo palestino que vive en Madrid, Ahmed, y me
ella me dijo: Pues yo me marcho ahora a hacer una entrevista a una mujer siria
que vive aquí en España, pero que tuvo que huir del conflicto con su pequeño de
meses. Aquí va un trocito del relato de esta mujer a la que entrevistó Mercé
Rivas para el periódico El País:
“María abandonó
su casa en la ciudad de Alepo, la más grande e importante de Siria pero también
la más castigada en esta guerra, camino del aeropuerto. Normalmente se tarda
menos de media hora en llegar, pero esta mujer aterrorizada consiguió subirse a
un minibús que fue evitando controles y zonas peligrosas para, al cabo de hora
y media, llegar al control de pasaportes. Llevaba en mano una carta de un
familiar que la invitaba al Líbano.
Lo único que
María soñaba en ese momento era poder salir del país, olvidarse de esas bombas
“con las que llegas a dormirte por las noches y te despiertas con el mismo
ruido al amanecer”, declaró a la periodista Mercé Rivas.
En los últimos
meses, antes de abandonar Siria, no salía de casa, las ventanas estaban
cerradas, sin luz, sin agua y su hijo solo se expresaba con sonidos, explicaba.
“Jamás
podré olvidar las primeras palabras que dijo mi hijo… Solo sabía decir bum,
bum, bum”.
Cuando llegué a
casa, al salir de trabajar, me senté con mi madre en el sofá y la pregunté que
como había ido la entrevista. Quería que contara como había encontrado a
aquella mujer que tanto sufrimiento trasmitía horas antes al teléfono. Una
mujer que tuvo la fuerza y valentía de coger a su hijo y largarse lejos. Lejos
de las balas, los disparos, el terror, los bombardeos, la escasez de comida y
agua…. Lejos de esa pesadilla de la que no podía despertar.
Una madre que
las primeras y únicas palabras que escuchó
su hijo eran tiros. El pequeño solo sabía reproducir el sonido que
llevaba escuchando desde que nació “bum, bum, bum”. No sabéis lo duro que es
para una madre vivir lo que vivió esta mujer. Y ella solo es una de los más de
2 millones de refugiados sirios que han tenido que huir de ese infierno en el
que se ha convertido su país. Un país al que, por otra parte, no reconocen apenas.
No quedan edificios, no queda vida en las calles porque solo hay destrucción.
Casas y edificios derruidos, cadáveres en su interior, familias rotas, niños
huérfanos por sus calles, y madres como María que corren en busca de ayuda,
madres que lo único que quieren es poder dar un futuro mejor a sus hijos del
presente que ellas han tenido que vivir.
En fin, con esto
os vengo a decir que cada cifra es una persona, un ser humano con una vida y
una historia a sus espaldas, y que aunque os parezca que Siria está muy lejos y
lo que allí ocurre a nosotros no nos afecta, os equivocáis.
Las madres
sirias sufren igual que las españolas al perder un hijo, le lloran igual que
lloraríamos aquí al nuestro, y las balas resuenan en sus oídos igual que
resonarían en los nuestros… Así que, ni Siria está tan lejos (nos pilla peor
EE.UU y estamos todo el día pendientes de lo que allí ocurre), ni las mamás y
los pequeños son diferentes a los españoles, lloran igual que nosotros, ríen,
sueñan, estudian… Y ni que decir tengo que lo que allí ocurre nos afecta a
nosotros también y mucho.
¿O me vais a
decir que no estáis atentos a lo que ocurre con el Estado Islámico? Porque con
los atentados en la rotativa de Charlie Hebdo de París nos volcamos, seguimos
la información al minuto, al segundo… La razón? Es París, está más cerca y al
verlo nos invade una sensación de miedo al pensar que nos pilla cerquita… Que
si ha ocurrido allí puede ocurrir en España en cualquier momento…
Pues en Oriente
Medio ocurren a diario y acaban con la vida de muchos seres humanos, en su
mayoría civiles, mujeres y niños, que no entienden de política, ni de guerras,
ni de intereses, y que lo único que quieren es VIVIR EN PAZ, ver crecer a sus
hijos, así como verles cumplir sus sueños.
Y es que al
final, los seres humanos somos iguales aquí y a 5.000 km. Por lo que, no
kiremos hacia otro lado como si no existiera y hagamos algo por ayudar.