sábado, 12 de enero de 2013

CENARÍA CON EL MAESTRO




Carmen Vilches 
Andar sobre la sombra de un edificio. Eso me pasa cuando camino por Barcelona en un día de cielo despejado. Los altos edificios proyectan su noche sobre el asfalto gris y mis pies deambulan sonámbulos por esa alfombra pétrea que a ratos es luz y a otros es sombra. No tengo  prisa. La ciudad, a pesar del tráfico y de la gente, está en calma. O, al menos, eso me lo parece a mí. Todo discurre lentamente. El cruzar un semáforo; el contemplar un edificio; el detenerme frente a una floristería; el entrar a un estanco a comprar una pitillera de plata de un tamaño que me permita guardar mi pintalabios Russian Red de Mac; el adquirir, por fin, el clásico reportaje de Gay Talese sobre la revolución sexual de Occidente en el siglo XX, ‘La mujer de tu prójimo’. Como en un sueño, voy pedaleando la bicicleta que es mi cuerpo y voy descubriendo, poco a poco, la ciudad condal y cosmopolita que se abre ante mis ojos. El barrio gótico, con su hermosa y delicada arquitectura; el Raval, con su multiculturalidad patente a cada paso; el Mercado de la Boquería, con sus impolutos puestos llenos de color y de sabores; el Parque Güell, con Gaudí asomándose en cada rincón de la naturaleza que adornó con su genialidad; y no sigo porque nunca podría poner punto y final a Barcelona.



De repente,  salgo de mi ensoñación, de mi enumeración particular, porque me llama la atención una cafetería escondida y casi oculta en una calle que no sé muy bien cuál es. Me adentro en ella y, al traspasar la puerta, el tiempo parece acelerarse. Todo va muy rápido. La gente entra y sale demasiado deprisa, ni siquiera puedo verles con claridad. Solo puedo intuir sombras borrosas que aparecen y desaparecen. Pasan unos segundos en los que creo que me estoy mareando y, al instante, todo se torna nítido. La sala está llena de mesas de madera oscura y noble. Las paredes son de un rojo inglés que combinan a la perfección con la tapicería de las sillas. Todo parece muy antiguo. La gente, todos hombres, van ataviados con largos abrigos y sombreros de copa. La mayoría fuman pipas bastante recargadas. Algunas incluso parecen de nácar. Es muy extraño. Parece que estoy en otra época. En un momento, me parece reconocer a alguien. Sí, es él. No me lo puedo creer. El pulso se me acelera. Él se da cuenta de que le estoy mirando y me hace una seña para que me siente a su lado. Me acerco pero mis pies se mueven ahora muy lentamente. Me cuesta avanzar. 

Cuando por fin llego a su lado y me siento, estoy tremendamente agotada por el esfuerzo de caminar. Sus ojos se encuentran con los míos. Su boca se abre para decirme algo y… “Buenos días. Son las 7 de la mañana, las 6 en Canarias. Comenzamos la actualidad del día…”. ¡Maldita sea! La radio me acaba de despertar en el momento justo en el que Gaudí, mi arquitecto favorito, me iba a decir algo, aunque sólo fuera ‘hola’. ¡Joder! Cuando se me pasa el cabreo me pregunto el porqué de este sueño. ¡Ah sí! Ayer me preguntaron con qué personaje me gustaría cenar. Recuerdo que solo respondía con nombres de personas muertas: Paul Newman, Truman Capote, Marlon Brando, Albert Camus, Kavafis, Chaplin, Marylin Monroe, Rocío Jurado, María Callas y un largo etcétera. Pero claro, se me había olvidado el culpable de que con 12 años me enamorara de Barcelona y a mis 23 me fuera a vivir allí. En mi subconsciente, inconsciente por el sueño, Gaudí, el maestro, había vuelto para decirme que no me olvidara de él. 

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